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Santopietro

Judith

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La escritura cuerpo con cuerpo: una forma colectiva de zurcir la memoria

Zurcir colectivamente mas no sanar; tomar entre todas las agujas y los hilos usados en otros talleres, e hilar finamente con palabras las memorias que se desprenden de los objetos materiales y simbólicos que cada una trajo al taller: arrebujarse en una camisa y recordar el perfume de Juan Jesús, abrir el estuche de su reloj y corroborar la hora en que se detuvo; mirar una foto del feliz día de la graduación de Agustín Javier, vestido de negro y con una sonrisa amplia; leer una vez más la carta que Ángel Jaret le regaló a su madre cuando cursaba el kínder. Partimos de estas pertenencias materiales que las madres, hermanas, tías guardan y cuidan con esmero para escribir acerca de sus seres amados.

Dicen las mujeres del Colectivo Madres en Búsqueda Coatzacoalcos que la herida de un desaparecido nunca se cierra, que mientras haya una ausencia, no hay manera de que cicatrice por completo. Sanar es un verbo desterrado desde hace tiempo para ellas. Por eso, desde el inicio de los talleres que les impartí en Coatzacoalcos durante el otoño de 2020, ellas mismas definieron que la escritura funcionaría para difundir sus historias, para que más personas leyeran sus poemas y, desde la empatía y el acompañamiento, se sumaran a su reclamo de memoria, verdad, justicia y no repetición. Estos talleres iniciaban con la pregunta ¿con qué otros elementos puedo escribir?, lo que nos condujo a la escritura con el cuerpo, a evocar las memorias amorosas y felices de sus desaparecidos a través de los objetos, a jugar con las palabras como cuando éramos niñas, ¡basta, basta uno, basta dos, basta tres! Esto nos permitió compartir los distintos modos de nombrar lo mismo: la ausencia, la pertenencia, el entorno natural, los espacios que jamás se olvidan, los olores más arraigados en nosotras, el sabor de las frutas favoritas. Entonces algunos textos sobre el bosque y los pájaros, la esperanza de un pueblo y la fuerza de las ancestras fueron fundamentales para traer al espacio de escritura cada sonido y anécdota de los desaparecidos. A partir del acto de leer en voz alta la obra en diversas lenguas de escritores como Zara Monrroy (comcaac/seri), Enriqueta Lunez (tsotsil), Humberto Ak’abal (maya k’iche’), Nadia López (tuun savi/mixteca) y Yuri Herrera (español), las madres tomaban la fuerza de algunos versos y escribían lo propio.

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“Que no haya más silencios, no, ya no más silencios”, leemos en el poema de Estela, y sus palabras nos traspasan a todos; “La brisa entrando por mi ventana es como la voz diciendo te voy a encontrar”, escribe Vianney, y nos recuerda que los desaparecidos en México son una cifra inasible, una cifra que sobrepasa las 70 mil personas. Así que, en este proceso de crear narrativas contra-hegemónicas, narrativas donde las voces de las víctimas sean escuchadas, me pregunto cuáles heridas se pueden zurcir a través de enunciar el dolor y la ausencia acumulada en los cuerpos y en los corazones a lo largo de la espera y búsqueda de un desaparecido.

Sin embargo, podría decir que ese acto de narrar inició previamente a los talleres, justo en el momento cuando un grupo de artistas, escritores y periodistas, convocado por Técnicas Rudas y la Deutsche Welle Akademie, acompañó al Colectivo en la búsqueda de Carlitos a las afueras de Coatzacoalcos. Allí caminamos al lado de los familiares; usamos las manos y la fuerza para escavar en la tierra; algunos aprendimos códigos y métodos para agilizar la búsqueda: chiflidos, silencios, gritos para pedir algunas herramientas diseñadas especialmente para descubrir fosas o avisar de algún hallazgo; la mirada atenta y la memoria espacial para desplazarse y buscar entre la maleza, la tierra y el agua. Pensaba entonces en que las personas y su movimiento de hormigas dispersas por el campo eran también la escritura colectiva hecha cuerpo con cuerpo por quienes se convirtieron en expertos forenses y ahora señalan en el monte, la arena o el agua puntos donde es posible que estén sus seres amados.

Como escritora, este acompañamiento va más allá del proceso creativo personal; se enlaza a la violencia que también me ha atravesado en diversos momentos en Veracruz. Por eso, caminar con los familiares del Colectivo, con artistas, escritores y periodistas desdibuja cada vez más las formas habituales de los procesos de escritura en los que sólo nos dedicamos a investigar, registrar, narrar, nuestra atención está en ciertas tareas que no implican la compañía emocional y la cercanía de un cuerpo que abraza, gesticula, que se mueve en el espacio con las víctimas. Se volvió esencial para mí cuestionar las maneras en que se dignifica la memoria de los desaparecidos y de sus familiares, cómo se construyen los procesos de escritura colectiva con ellos y cuáles son las metodologías apropiadas, de qué manera la literatura y el arte funcionan como elementos que sostienen y apoyan los procesos de búsqueda de justicia.

A lo largo de este proyecto, tengo claro que mi motivación no es meramente literaria, sino que obedece a la necesidad de comprender la guerra en la que hemos estado inmersos por más de 14 años, contextualizarla, diversificar los relatos y las voces de quienes han sido víctimas. A partir de eso, mi deseo como poeta es escribir con las y los demás y generar así una escritura basada en la escucha y el acompañamiento cuerpo con cuerpo.

  Desde hace algún tiempo –a partir de mi experiencia al impartir talleres con mujeres migrantes indígenas en la ciudad de Nueva York– estoy convencida de que la escritura colectiva es esa forma de crear con los demás, la cual implica un proceso llevado a cabo con la cercanía física y emocional, en un aquí y un ahora que nos une y repara un poco a todos. Escribimos con los demás para zurcir mutuamente aquello que nos duele o incomoda, por eso, el acompañamiento logró que en los talleres enunciáramos las palabras precisas, que pensáramos en la persona desaparecida y escribiéramos sobre su presencia actual, para leer en voz alta, más tarde, aquel poema nacido de la tristeza y el enojo, pero también de la esperanza de volverlos a ver.

Pese al dolor por los desaparecidos, las madres, hermanas e hijas compartieron sus memorias a través de fotografías y osos de peluche, también recordaron anécdotas graciosas ocurridas a lo largo de estos años en sus visitas a la fiscalía y al navegar el indolente sistema de justicia mexicano. Pese al dolor, reír con estrépito también ha sido un bálsamo y una forma de estar vivas, de transmutar esa pesadumbre en carcajadas otorga la fuerza para seguir buscándolos en vida.

Este breve ejercicio de escritura culminó en una serie de poemas escritos por las mujeres del Colectivo Madres en Búsqueda Coatzacoalcos; poemas que nos cuentan un poco más de la historia de sus seres queridos; poemas donde la comida, el dolor, la esperanza y el amor se mezclan cada minuto con la geografía de la selva en el sur de Veracruz y de ese modo nos recuerdan que hay más de 70 mil ausentes en nuestro país. Más tarde, la artista Rosa Borrás se unió para crear un libro donde bordó amorosamente los versos más poderosos de cada una. Por último, este proyecto derivó en un poema que escribí acerca de los procesos de búsqueda y que se convirtió en una pieza multimedia y un cartel como un intento de nutrir las narrativas que dignifiquen a las víctimas.

Este proyecto de escritura cuerpo con cuerpo se llevó a cabo gracias al acompañamiento la escucha y el apoyo del Colectivo Madres en Búsqueda Coatzacoalcos, Alma Cardoso, Norma Trujillo, Denisse Gálvez, Itzell Sánchez, Enrique Verástegui, Sofía Clevit, Daniela Pastrana, María Fernanda Ruiz, Daniel Zapico, Beleguí Enríquez, Mariana Quéchotl, Elena Peñaloza, Ana Emilia Felker, Giulianna Zambrano y a los aportes de la tesis “Relatos autobiográficos del conflicto armado en Colombia”, de la periodista colombiana Patricia Nieto.

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